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La nueva vida de Raúl

En 2021 su mundo volcó: fue operado dos veces y pasó diecisiete días en coma y veinticinco en terapia. Tuvo que reaprender a caminar. En el 15 de su hija, bailó para festejar. 

El año pasado, una mañana en la que nada lo presagiaba, un evento interno se desató en Raúl Mario Sánchez, IT Service Desk Coordinator en las oficinas de Neuquén: resistencia insulínica dijo el diagnóstico. Se imponía una pronta respuesta: “Me sometí a una intervención quirúrgica porque el cuadro no se podía revertir. Con una operación bariátrica los médicos apostaban a que mi cuerpo, que de pronto había comenzado a generar más insulina que azúcar, se iba a equilibrar. En principio salió bien: los primeros diez días los pasé en casa con dieta líquida”.

“El 13 de septiembre me cambian la dieta a semi blanda y me empecé a sentir mal, a tener náuseas, vómitos y mucho dolor en la parte lumbar. Fui a la guardia, me dieron suero, empezaron a ver qué fallaba, y en un momento no podía estar más del dolor: una laparoscopía arrojó que el intestino se había torsionado. Tenían que intervenir nuevamente”. Ese fue, para Raúl, el comienzo de una realidad paralela, limitada por el dolor y la perplejidad.

“Desde la cirugía solo me acuerdo de fragmentos, pantallazos. Estuve diecisiete días en coma, podía reconocer trozos de conversaciones, pero en líneas generales esos días estuve en otro mundo. Después, veinte en terapia intensiva para recuperarme y tres en terapia intermedia. Perdí dieciocho kilos de masa muscular, tuve que volver a aprender a caminar”.

Los pasos y la emociónla cumpleañera y su padre.

“Nací por segunda vez un 3 de octubre. Ahí desperté y arranqué el proceso de recuperación, volví a ejercitarme con un objetivo claro: la promesa que le había hecho a mi hija de bailar una coreografía en su cumpleaños de 15”. Porque Raúl es bailarín desde hace años: latino, salsa, bachata, mambo, merengue, chacha y además es bailarín de  flamenco en la Asociación Española de Neuquén. Su hija es odalisca, profesora de danzas árabes, campeona nacional de salsa. Su mujer, también odalisca. “Empecé a ejercitar todos los días, a caminar descalzo por el césped para reactivar la musculación, generar masa y fuerza. Tenía que hacerlo”. Había que honrar una promesa.

“Tecpetrol estuvo siempre, se portó excelente. Con la obra social, por ejemplo: Recursos Humanos se hizo cargo de todas las gestiones y contactos, incluso asistiendo a mi señora. Mis compañeros también: además de la preocupación y de que siempre estuvieron presentes, cubrieron mi ausencia. Un poco por ellos, un poco por mí, apenas pude me empecé a conectar”. Nadie se lo exigió. Pero se nota que lo necesitaba, que necesitaba cambiar de aire y recuperar paso a paso eso de lo que había estado lejos: el trabajo, la familia, las relaciones. Y el baile.

“Extrañé mucho bailar. Pensaba siempre en eso. Por eso el primer día que pude caminar con autonomía fue como una película”. Una película que empezó un día cualquiera, que siguió con dolor y estupor y en la que hubo un momento de gran emoción: fue el 30 de enero de este año, cuando pudo bailar la coreografía que le había prometido a su hija. Las lágrimas, el aplauso y la emoción le indicaron que había llegado a un capítulo feliz, donde lo peor había pasado.

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