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Algunos milagros en Monterrey

Miguel Badillo, Accounting Manager Pesquería, nos cuenta el momento más importante de su vida: un relato de amor, de paciencia, de fe en Dios.

Iba tranquilo a pesar de las circunstancias: el parto se había adelantado dos meses y, además, manejaba por primera vez en Monterrey, México, su nueva ciudad.       

Pero la situación se complicó un poco más: Miguel se perdió y su esposa Cynthia, que había roto bolsa un rato antes, empezó a quejarse. Ya era otra cosa. Desorientados y con dolores de parto. Miguel no usaba el GPS y no iba a aprender a usarlo ahí. Sonó el celular y era su ginecólogo, que los estaba esperando en la clínica con todo el equipo.

Nos perdimos, le respondió Miguel, coreado por el llanto de dolor de Cynthia. Pensó que si estaban ahí, después de todo lo que habían atravesado, era por algo. Pensó en el camino que había quedado atrás. En el diagnóstico inicial siete años antes, cuando el ginecólogo les dijo que ella no podía quedar embarazada. Pensó también en que se habían dado por vencidos.

“Los años que hemos esperado por este momento”, le dijo para distraerla del dolor. “Estabas embarazada, ¿recuerdas al ginecólogo en la consulta? ‘Prepárense, son dos’, nos informó”. Miguel, mientras intentaba ubicarse en Monterrey, le seguía contando: “Leíamos sobre mellizos, mirabamos carritos dobles, y así fue hasta ese día que te sentiste un poco mal: fuimos a la consulta y el doctor, mirando los cuatro puntitos en la pantalla nos dio la noticia: eran cuatro, un par de gemelas idénticas y un par de mellizos varones”.

Historias nuestrasCynthia, Miguel y cinco ejemplos de que los milagros a veces existen.

El doctor había sido sincero: un embarazo así era muy complicado. Podía pasar de todo. No lo iban a lograr los cuatro y si lo hacían, no iban a nacer saludables. Que era de riesgo elevado, incluso para la madre, por lo que había que definirse y disminuir dos bebés para que los otros dos tuvieran oportunidades de sobrevivir. Ellos tomaron la única decisión posible: seguir adelante. “Durante siete años le pedimos un hijo a Dios y Él nos estaba dando cuatro. Así que, si alguien nos los tiene que quitar será Él”. Tenían las posibilidades en contra. Pero no dudaron.

Eso le contaba Miguel a su esposa mientras se enfocaba. Buscaba referencias en la oscura avenida: era muy de madrugada. De pronto recordó que el hospital estaba al pie de un cerro. Tras otros minutos, con los dolores de Cynthia en aumento, pudieron ubicarse. Estaban en la clínica. Habían hecho lo más fácil, llegar. Ahora tenían que prepararse para la parte ardua.

En la sala de espera, cansado y preocupado, pensaba en Cynthia y los bebés. ¿Cuántos lo habrían logrado? ¿Qué tan saludables nacerían? Por momentos el miedo era lo único hasta que apareció el doctor, con más cara de cansado que Miguel mismo. “Yo confío en Dios y espero que las malas noticias no sean tan malas”. El doctor, con una sonrisa que lo tranquilizó, le dijo que estaban todos mucho mejor de lo que se esperaba. “Tu esposa está bien y los cuatro niños también”. Ahí sí fue demasiado. Era un milagro. Las piernas le fallaron. Iban a tener mucho trabajo, pero también iban a tener una familia. A pesar de los contratiempos, a pesar de todo.

Cuatro años después los pequeños Cynthia Marié, Carol Marián, Miguel Natán y Eliel Ogívert escuchaban que sus padres tenían para contarles sobre un nuevo milagro. Cynthia estaba embarazada otra vez. Ahora solamente de un niño. Los cuatrillizos los miraron sonrientes pero no sorprendidos: “¿Recuerdan que ustedes le pidieron a Dios tener hijos? Bueno, nosotros también rezamos: queríamos tener un hermanito”.

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